En este piso únicamente había una habitación cogida como piso compartido, desde hace dos años, casi 3, una mujer muy simpática y buena persona, Noelia, de El Salvador, que compartía piso con dos amigos suyos más, los cuales únicamente venían los fines de semana. Su habitación les costaba mensualmente 500€.
Apenas 3 días después, el día 16 de noviembre, llegaron los nuevos compañeros de piso, dos argelinos que, a simple vista, parecían buena gente. Uno un poco tontito a simple vista, Rachid, y el otro ya más vivo, Anis, que trabajan para el hermano de Rachid en un establecimiento hostelero de pintxos.
Todo iba bien hasta que, apenas comenzábamos el año nuevo, tal día como un 3 de enero, llegaba una paraguaya, Mariela, que se trajo consigo a una marroquí bastante simpática a compartir habitación con ella. La paraguaya no respetaba nada ni a nadie; nada más llegar quitó el sitio donde se dejaban los vasos, al lado de la losa de la cocina, para poner su comida, o cogía nuestra sartén que la guardábamos en nuestro hueco con la comida. Nunca dijimos nada, hasta que un día vimos a la chica marroquí fatal y la pregunté qué la pasaba.
Esta chica paraguaya ni siquiera la dejaba dormir, la quitaba cosas, encendía la luz de la habitación cuando la marroquí, de nombre Karima, dormía, etc...
Al final vino una colombiana, amiga de la marroquí, también buena gente y de nombre Carolina, y cogieron una habitación para ambas solas.
Amargar a su compañera de piso sirvió para que la paraguaya pudiese traer a su hermano que vivía en Barcelona, un inmigrante ilegal.
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